20 DE NOVIEMBRE, ASUNTO DEL AMANECER
Señor:
Acoge con piedad en Tu seno a los que mueren por España, y consérvanos siempre el santo orgullo de que solamente en nuestras filas se muera por España, y de que solamente a nosotros honre el enemigo con sus mejores armas.
Víctimas del odio, los nuestros no cayeron por odio, sino por amor; y el último secreto de sus corazones, era la alegría con que fueron a dar sus vidas por la Patria. Ni ellos ni nosotros hemos conseguido jamás entristecernos de rencor, ni odiar al enemigo.

Esta ley moral es nuestra fuerza. Con ella venceremos dos veces al enemigo, porque acabaremos por destruir, no sólo su potencia, sino su odio.
A la victoria que no sea clara, caballeresca y generosa, preferimos la derrota. Porque es necesario que mientras cada golpe del enemigo sea horrendo y cobarde, cada acción nuestra sea la afirmación de un valor y de una moral superior.
Aparta, así, Señor, de nosotros, todo lo que otros quisieran que hiciésemos, y lo que se ha solido hacer en nombre de vencedor impotente de clase, de partido o de secta. Y danos heroísmo para cumplir lo que se ha hecho siempre en nombre de una Patria, en nombre de un Estado futuro, en nombre de una Cristiandad civilizada y civilizadora.
Sólo Tú sabes, con palabra de profecía, para qué deben estar aguzadas las flechas y tendidos los arcos.
Danos ante los hermanos muertos por la Patria, perseverancia en este amor, perseverancia en este valor, perseverancia en este menosprecio hacia las voces farisaicas y oscuras, peores que voces de mujeres necias. Haz que la sangre de los nuestros, Señor, sea el brote primero de la redención de esta España en la unidad nacional de sus tierras, en la unidad social de sus clases, en la unidad espiritual en el hombre, y entre los hombres.
Y haz también que la victoria final sea en nosotros una entera estrofa española del canto universal de Tu Gloria.
Rafael Sánchez Mazas
Aquí no se enseña grandeza, muchachos. Aquí se exige Grandeza.
Andad ahora a las páginas de Rafael C. Estremera, que tanto ha trabajado en la vida exigente para, llegado este momento, no odiar. Llegada esta hora, sentir la alegría de la Victoria: de aquella y de la próxima. Porque las queremos limpias y claras. Porque sabemos sonreír ante el éxito y ante el fracaso, esos impostores.
Dios y España no esperan otra cosa.
La grandeza, muchachos, no se enseña. Exigídosla.
Por si aún así no entendieran,
sabed que son lícitas la pacífica arrogancia
y la perseverancia en el menosprecio legítimo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home