lunes, noviembre 27, 2006

EL MAL DESTINO DE ESPAÑA, Y UN CUERNO.

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EL MAL DESTINO DE ESPAÑA.


Aprendices falangistas, gloriosas larvas de tábano: espero que vuestras entrañas sigan sintiendo bien la emoción de España y se estremezcan y brinquen como corzos. Cosa hormonal, sin duda, pero creedme: no debéis descuidar los cerebros: en esto reconocerán que sois de la Falange y no de alguna secta del Siglo XVIII o XIX.

Toda esa gente práctica que presume de serlo, esos liberales y esos socialistas científicos, tienen vicios intelectuales, como el de explicar lo humano por el entorno o por la física. ¿Sabéis lo dijeron para demostrar cuando empieza a haber hombres? «Cuando apareen las herramientas». El hombre -dijeron- es un ser que construye herramientas. Y se conoce –lo dijeron también- que, de usarlas, el cerebro les engordó y no tuvieron más remedio que evolucionar hasta el señor Smith o el señor Marx. Quizá hasta el señor Hegel.

Pero la gente práctica suele llamarse así y no serlo. O sea, ¿cuándo el hombre fabricó la verdad, la justicia o la libertad y las usó? ¿Acaso el espíritu humano nació de dar porrazos con una hacha de piedra? Lo práctico, hijos míos, es acercarse a la verdad sin tiquismiquis, y la verdad es que el hombre es un ser que teoriza. Antes aún de hacer una herramienta tuvo que hacer la teoría sobre ella y sobre lo que conseguiría con ella: cascar cocos y romper la cabeza a un tigre dientes de sable. Duro sílex, mas silex.

Todo lo que el hombre ha hecho pasó primero por un estado de teoría. Algunas cosas, que damos por ciertas, no han dejado de ser teorías pilladas por los pelos, como la Relatividad General, las Leyes de la Materia, la Sociedad Comunista o el Big Bang, cuyo nombre hace pensar en los tebeos. ¿Qué fue Herodoto antes de ser historiador? El señor que tuvo la teoría de contar la historia. ¿Qué fue el lenguaje antes que lenguaje? La idea –luego demostrada- de que si se abstraían y codificaban todas las cosas del mundo, sería fácil referirse a ellas sin llevarlas encima.

Creedme que no invento nada si os comunico que el hombre es el sistema, como decimos los falangistas, a imitación de Protágoras, aquel inteligente sofista. Todo lo mensurable, está medido por el hombre. Fuera del hombre es posible que haya realidad, pero al hombre se le escapa. Todo lo que parece ser ha sido pensado desde el hombre. Ningún otro ser, salvo Dios, nos ha comunicado nada jamás. Ni mucho menos la materia inanimada. Y el ser humano es falible. Cuando veáis a uno, decíos: «un tipo falible», y pensad que no menos del ochenta por cien de las teorías que elaboramos son falsas. Ensueños de la razón y cultivo de monstruos.

Eso es lo que debe saber el futuro licenciado en Falange: que la Unidad hace la fuerza, que el hombre es falible y que casi todas las teorías, por apresuradas o por repetidas, sólo son una aproximación grotesca a la verdad, incluso la idea progresista de que no existen verdades fuera de su momento histórico.

Ahora mismo, muchos usan y transmiten la vieja idea sectaria de que los problemas españoles son problemas políticos, una especie de sino, de fatalidad, que hace que la política nos enzarce. Imaginad la escena: unos millones de españoles jugando alegremente a la pelota, procreando entre césped y guirnaldas y escribiendo sonetos sobre la acertada vida bucólica. En eso algún desafortunado inventa la política y la escena siguiente esta basada ya en los desastres de la guerra. De Goya.

Esto de España, el destino fatal de nuestra convivencia, que nos sucede en cuanto nos distraemos, tiene repercusiones políticas pero es otra cosa más profunda, más compleja y más grave que se puede explicar aportando muchas causas, que si el gobierno de los peores, que si la crisis de los valores o la falta de previsión que nos enseña a todos la cultura española, tan impulsiva y artística. Se diría que los españoles estamos siempre sorprendiéndonos de que suceda lo previsible.
También puede explicarse como un único fenómeno: la obstinación de un mundo ajeno, alieno, por cambiar a España, por deshacerse de ella, por consumar la invasión que comenzó en 1700 y que empezó a fructificar en 1800. Quevedo, muy agudo e ilustrado en el buen sentido, vio venir estos malos tiempos, no ya por la vejez de nuestras convicciones en la agonía de los Austrias, cuando los muros se desmoronaban y todo anunciaba muerte, sino cuando daba en verso la razón todavía vigente hoy: “Es más fácil, ¡oh España!, en muchos modos, / que lo que a todos les quitaste sola / te puedan a ti sola quitar todos”.

Prefiero pensar que hay una incompatibilidad de base, cultural y espiritual, que conformarme con la idea del hado que nos lleva al enfrentamiento, muchachos. No estamos maldecidos. Ni siquiera somos muy brutos ni muy crueles. Nos meten a tornillo ideas extranjeras, nada católicas, nada españolas y eso siempre es injusto, de donde acaban saliendo los tumultos pero no las revoluciones. Somos gentes tan pacientes que por eso acaban gobernándonos los peores y los que de veras han creído que España debe ser otra cosa que no sea España: Europa, por ejemplo, mundo occidental o algo así, como si no supiéramos que Occidente es España desde antes de Roma, la tierra de los occisos, de los muertos, donde muere el sol cada día, la Hesperia eterna, del “hesper”, tarde, atardecer, crepúsculo. Non plus ultra. No más allá.

El lugar donde se vive, la dificultad de la tierra y su dureza, lo que los extranjeros dicen de él también, acaba siendo parte de la cultura. España está perfectamente encerrada en sus límites, con regiones bien separadas por los accidentes: eso que nos hizo levantiscos nos hace separatistas a menudo y, más aún, distantes de las grandes corrientes que, a veces, asolan Europa. Claro que también produce gentes papanatas, que admiran todo lo de fuera y sienten especial placer en presentarnos –ante nosotros- como un pueblo desarrapado y primitivo incapaz de entender el mundo. Por dinero. O de transformarlo, mientras nos da por seguir teorías que se basan, todas, en la creación de un Hombre Nuevo, cosa mucho menos posible aún que entender al hombre de siempre; al de toda la vida.

El mundo lo entendemos bien los españoles: es mucho más sencillo que España: Querer y coger, colaborando. Más complicado nos resulta comprender al hombre, al que no vemos tan mezquino como lo ven otras culturas. Hay en lo español una naturaleza confiada y humana que nos ha dado ya muchos disgustos. Esa naturaleza siempre nos impide ser señores, ser explotadores como otros pueblos, ser injustos por interés y por prudencia. Y eso, hoy, nos convierte en gente para ser dominada, en gente conducida al matadero por la cabra que hace de guía de las ovejas.

Y este aspecto no parece reciente, sino hijo de la vida española siempre encerrada, siempre conservadora de lo viejo y despeinado, como eso de resucitar socialismos decimonónicos cuando no se duda ya de que el social-comunismo acumula siglo y medio de fracasos. Se trata del ya tradicional atraso español, que no va al paso de las épocas: Iberos, celtas, cartagineses, romanos, variedad de bárbaros, árabes y moros… Quien se asiente aquí deberá defenderse de la invasión siguiente, tanto porque el sol parece señalar a los pueblos nuestra dirección, como porque, pese a nuestra convicción de pueblo pobre, somos una tierra rica. Gibbon -.creo que él- dijo que el descubrimiento de España fue para Europa como el del Perú para España.

Parece que más del 80 por ciento del oro que usó el Imperio Romano salió de España y aún hoy siguen apareciendo riquísimos filones cuya explotación hace siglos que confiamos a los extranjeros: por eso apenas si se oye hablar de los hallazgos. Además, constan enormes yacimientos de petróleo en nuestros mares y, muy posiblemente, en las zonas medias y nortes donde estuvieron los grandes lagos terciarios. Nosotros no lo vemos como certeza, pero no me cabe duda de que parte de la redoblada invasión de las ideas y de los políticos tiene que ver con la capacidad de los satélites para descubrir las materias primas. Y, si las tienes, puede pasarte lo que al Irak o al Irán. De hecho, eso nos pasa precisamente, aunque preferimos acudir a la máxima de Ortega y Gasset: «No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa».

Lo que sea, lleva sucediéndonos muy seriamente durante los últimos dos siglos y pico. Con mucha miseria, mucha intolerancia, mucho muerto y mucho rebrote de ideas fracasadas. Y lo que nos pasa, ese no saber lo que nos pasa, ha sido una brillante estrategia, seguramente concebida por los afrancesados que contemplaron la reacción de los españoles ante una invasión.

El Absolutismo fue la primera de las invasiones y nos costó guerra e invasión de ejércitos extranjeros. Las ideas liberales fueron la izquierda del Siglo XVIII y de parte del XIX: Desde la Revolución Americana hasta la Primera República y la Restauración. Para entonces el Liberalismo ya se había acomodado al poder, y fue el momento para que empezara a llegar la segunda ola invasora, marcada por anarquistas y marxistas.

En ambos casos se trató de ideas foráneas, parciales, experimentales, y cuyos resultados sobre el cuerpo social español no fueron los deseables. Las mismas ideas que han sido restauradas con la Segunda Restauración, la de Juan Carlos I, y que ya están dando sus acostumbrados resultados de enfrentamiento y división. Y esto no tiene nada de “sino” ni de “fatalidad”, sino de estupidez: repetir los mismos errores sin descanso, quizá por no haber explicado a los españoles que no es oportuno volver a tomar el veneno que ya nos mató una vez y otra. Digan todos «Atiza», con una /i/ muy larga, muy tónica.

Nuestro cruel destino, por así decir, no es más que el constante empeño de invadir España para “normalizarla”, pillar sus recursos e incorporarla a la igualdad universal que se encamina a una sociedad única en un mundo liberal y si estos socialistas atrasados siguen ciando en lugar de remando, con la idea de devolvernos a 1931 o, peor, a 1873, la fase final de este despropósito será la llegada de la Nato (OTAN) a ponernos en orden, como antaño los Cien Mil hijos de San Luis.

Y esto es precisamente lo que nos pasa y lo que está en juego: la independencia de los españoles, amenazada, como de costumbre, por propios y ajenos.

Queridos Alumni, hijos míos: pónganse ahora mismo a seguir senderos de cabras, a interpretar geopolíticas y a no conformarme con el presunto falso destino que nos tiene atrapados. No es el destino sino la invasión. No es la política sino la voluntad de dominarnos: los intereses nos metieron en la Guerra de Sucesión, con los fuertes peleando en nuestro suelo, por nuestros restos imperiales y nuestro comercio. Qué edad de oro aquella en que lo nuestro fue solamente nuestro. Apenas doscientos años entre dos mil. Desde los Reyes Católicos al último Austria. Luego, la transculturación obsesiva y la atribución de los problemas de cualquier invasión a la acción de las brujas. Como resumen, tomad nota: «La vida provoca mucha dependencia física y España se ha vuelto adicta al extranjero. Subrayen “adicta”.

De lo dicho hasta ahora se desprende una paradoja impresionante: quizá el camino de la redención pase por volver a saber que somos ricos, que somos inabarcables y obstinadamente libres. Nada despreciable si vemos que Franco nos dio años de prosperidad casi independiente con el lema Una, Grande y Libre.

Y sean mayores, demonios: no se crean más lo de la maldición española. El mal de España se llama Transculturación, que, curiosamente, es lo que dicen padecer los separatistas catalanes, Santa Lucía les conserve la vista, porque fueron ellos, con el Archiduque Carlos, los que se dejaron conducir al extranjero cultural.

Hijos míos: para ser titulados en esta Facultad deberéis conocer la cultura española, que está cuidadosamente recogida en el Refranero y en el olvidado arte de Motejar, muestra absoluta del ingenio alegre del español.

El Rector Inasequible.